domingo, 21 de agosto de 2016

Miedo

Purgatorio, Gustave Doré

Cuando oscurece tengo miedo de las sombras. Me da miedo ser lo único vivo aquí. Hay una terrible sensación de perder mi alma entre monstruos que se acercan. No puedo cerrar los ojos porque puedo ver sus afilados dientes mordiendo mi carne.
La escopeta no sirve cuando no se sabe quién es el enemigo.  Puedo perderme en este mundo sin que se sepa que ha sucedido, sin un alma que lea las cartas de auxilio, las cartas que están en cada parte de mi piel, de mi cuarto, en cada máquina, en las cuentas… Es un mundo lleno de luces que no iluminan, de gente que momificada se siente viva. ¿Quién se mira?

¿Se puede dormir cuando los sonidos se callan? Son mis oídos sordos en un lugar donde se arrastran los rezos de mis padres. No puedo verlos entre tantas sombras, no hay umbral alguno que pueda avisar que se vive. ¡Qué largas son las noches cuando no se tiene a quién rezar! No hay un Dios que aplaste a los hombres con sus palabras. Son los hombres quienes destrozan el habla, quienes lo reducen como bestias salvajes. No se puede vivir ya en estas noches de hambruna, en la soledad pura sin saber si hoy pereces o sigues viviendo. 

¿Qué juego sería este sin una fecha de caducidad? Todos se quieren divertir jugando, cuando no hay ganador seguro. Cuando los vientos pueden girar repentinamente y derribar los muros donde hemos depositado nuestra existencia. Sigo preguntándome qué hago aquí, como si no se lo hubieran preguntado desde el paso del hombre por el mundo, como si nadie se detuviera a sentir lo absurdo de la realidad. He cuestionado a las sombras pero no responden. Nadie habita mi piel esta noche, nadie sucumbe de dolor ante los dedos rígidos que poco pueden escribir, ante la sangre que llueve en las tormentas. ¿Quién se muere en un lugar donde todos lo están?

Los gritos parecen ahogarse, no puedo callar mi respiración, es un sonido que interrumpe, que taladra todo movimiento sigiloso de las sombras. No puedo callar los latidos de mi corazón, ni la sonoridad de la lluvia. ¿Qué pasa con este cielo que no me deja  descansar? No sé a quién veré cuando la puerta se abra y el silencio termine. No sé si he de vivir con una cruz sobre la frente o descansar con ella en el pecho. ¿A quién se le ocurre que la vida se deba cuidar con zozobra?
¿En qué purgatorio deposito mi alma? No hay cura para los afligidos que se han quedado atrapados entre mil y un abismos. ¿De quién me defiendo cuándo se abra la puerta?

Alejandra Herrera