Purgatorio, Gustave Doré |
Cuando oscurece tengo miedo de las sombras. Me da miedo ser
lo único vivo aquí. Hay una terrible sensación de perder mi alma entre
monstruos que se acercan. No puedo cerrar los ojos porque puedo ver sus
afilados dientes mordiendo mi carne.
La escopeta no sirve cuando no se sabe quién es el
enemigo. Puedo perderme en este mundo
sin que se sepa que ha sucedido, sin un alma que lea las cartas de auxilio,
las cartas que están en cada parte de mi piel, de mi cuarto, en cada máquina,
en las cuentas… Es un mundo lleno de luces que no iluminan, de gente que
momificada se siente viva. ¿Quién se mira?
¿Se puede dormir cuando los sonidos se callan? Son mis oídos
sordos en un lugar donde se arrastran los rezos de mis padres. No puedo verlos
entre tantas sombras, no hay umbral alguno que pueda avisar que se vive. ¡Qué
largas son las noches cuando no se tiene a quién rezar! No hay un Dios que
aplaste a los hombres con sus palabras. Son los hombres quienes destrozan el
habla, quienes lo reducen como bestias salvajes. No se puede vivir ya en estas
noches de hambruna, en la soledad pura sin saber si hoy pereces o sigues
viviendo.
¿Qué juego sería este sin una fecha de caducidad? Todos se
quieren divertir jugando, cuando no hay ganador seguro. Cuando los vientos
pueden girar repentinamente y derribar los muros donde hemos depositado nuestra
existencia. Sigo preguntándome qué hago aquí, como si no se lo hubieran
preguntado desde el paso del hombre por el mundo, como si nadie se detuviera a
sentir lo absurdo de la realidad. He cuestionado a las sombras pero no
responden. Nadie habita mi piel esta noche, nadie sucumbe de dolor ante los
dedos rígidos que poco pueden escribir, ante la sangre que llueve en las
tormentas. ¿Quién se muere en un lugar donde todos lo están?
Los gritos parecen ahogarse, no puedo callar mi respiración,
es un sonido que interrumpe, que taladra todo movimiento sigiloso de las
sombras. No puedo callar los latidos de mi corazón, ni la sonoridad de la
lluvia. ¿Qué pasa con este cielo que no me deja
descansar? No sé a quién veré cuando la puerta se abra y el silencio
termine. No sé si he de vivir con una cruz sobre la frente o descansar con ella
en el pecho. ¿A quién se le ocurre que la vida se deba cuidar con zozobra?
¿En qué purgatorio deposito mi alma? No hay cura para los
afligidos que se han quedado atrapados entre mil y un abismos. ¿De quién me
defiendo cuándo se abra la puerta?
Alejandra Herrera