martes, 29 de noviembre de 2016

Que si te extraño...

¿Te extraño? Me lo preguntas con tu ausencia. Me lo preguntaste desde el día que te vi desaparecer por la noche, con tus pasos seguros entre las calles oscuras.
No te extraño. Pero sé que te lo preguntas con cada melodía, viento, hoja y objeto que tocan tus manos. ¿Me extrañas? No puedo preguntármelo cuando conozco que tus dedos rozan mi nombre sobre el teléfono y entre tu orgullo y la pericia decides guardarlo.

Nos extrañamos con el sentimiento nefasto de quienes deciden marcharse. Cortamos las raíces, no hay gritos austeros que lleguen a nuestros oídos. Te entierras bajo el manto de la memoria. Sangras y te deshaces sin el porvenir de mi presencia.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Fantasmas

Yo quisiera pasar los años y no que los años me atravesaran en su incesante desliz por el mundo. Que las copas no me hicieran recordar tus palabras arrastrándose por los tímpanos. ¿Cómo dejarte si al escuchar tu nombre los labios se parten para no gritar desahuciados? ¿Cómo hacer para que el rojo del atardecer acabe con los recuerdos? Somos fantasmas, de esos que se saben vivos, pero que entre penumbras se desvanecen. Somos lo que fuimos y lo que seríamos en una realidad que no conozco. Una muerte reencontrada con abismos y soledad...

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domingo, 21 de agosto de 2016

Miedo

Purgatorio, Gustave Doré

Cuando oscurece tengo miedo de las sombras. Me da miedo ser lo único vivo aquí. Hay una terrible sensación de perder mi alma entre monstruos que se acercan. No puedo cerrar los ojos porque puedo ver sus afilados dientes mordiendo mi carne.
La escopeta no sirve cuando no se sabe quién es el enemigo.  Puedo perderme en este mundo sin que se sepa que ha sucedido, sin un alma que lea las cartas de auxilio, las cartas que están en cada parte de mi piel, de mi cuarto, en cada máquina, en las cuentas… Es un mundo lleno de luces que no iluminan, de gente que momificada se siente viva. ¿Quién se mira?

¿Se puede dormir cuando los sonidos se callan? Son mis oídos sordos en un lugar donde se arrastran los rezos de mis padres. No puedo verlos entre tantas sombras, no hay umbral alguno que pueda avisar que se vive. ¡Qué largas son las noches cuando no se tiene a quién rezar! No hay un Dios que aplaste a los hombres con sus palabras. Son los hombres quienes destrozan el habla, quienes lo reducen como bestias salvajes. No se puede vivir ya en estas noches de hambruna, en la soledad pura sin saber si hoy pereces o sigues viviendo. 

¿Qué juego sería este sin una fecha de caducidad? Todos se quieren divertir jugando, cuando no hay ganador seguro. Cuando los vientos pueden girar repentinamente y derribar los muros donde hemos depositado nuestra existencia. Sigo preguntándome qué hago aquí, como si no se lo hubieran preguntado desde el paso del hombre por el mundo, como si nadie se detuviera a sentir lo absurdo de la realidad. He cuestionado a las sombras pero no responden. Nadie habita mi piel esta noche, nadie sucumbe de dolor ante los dedos rígidos que poco pueden escribir, ante la sangre que llueve en las tormentas. ¿Quién se muere en un lugar donde todos lo están?

Los gritos parecen ahogarse, no puedo callar mi respiración, es un sonido que interrumpe, que taladra todo movimiento sigiloso de las sombras. No puedo callar los latidos de mi corazón, ni la sonoridad de la lluvia. ¿Qué pasa con este cielo que no me deja  descansar? No sé a quién veré cuando la puerta se abra y el silencio termine. No sé si he de vivir con una cruz sobre la frente o descansar con ella en el pecho. ¿A quién se le ocurre que la vida se deba cuidar con zozobra?
¿En qué purgatorio deposito mi alma? No hay cura para los afligidos que se han quedado atrapados entre mil y un abismos. ¿De quién me defiendo cuándo se abra la puerta?

Alejandra Herrera

lunes, 16 de mayo de 2016

Peces Beta

Tengo unos meses trabajando en un preescolar. Fue rara la manera en que llegué ahí. Los veía como pequeñas bestias capaces de devorarme. Aprendimos a convivir unos con los otros durante la media hora al día que nos vemos. Más de cien caras y voces extrañas en una jornada laboral completa. Los que aún no se acostumbran a nosotros son los peces y las tortugas. Los he analizado. Son pequeños peces Beta en un tanque de no más de un litro. Unos son más tristes que otros. 

Me gusta verlos, cómo las educadoras los van olvidando hasta antes de mandarlos a la casa de algún niño emocionado y un papá desdichado. Pienso que muchos de ellos no son más que el reemplazo, la copia exacta de alguno que se fue por el desagüe cuando lavaban la pecera. Tal vez esa suerte tuvo la tortuga... la que desapareció. Hay otra, es la misma, la de siempre. Con su caparazón seco, las piedras malolientes. Reviso los trabajos de los niños y regalo un vaso de agua a los solitarios animales acuáticos.

No los entiendo, pensé que el pez beta del aula tres había muerto, el agua apenas lo cubría, no había movimiento y lancé sobre su cuerpo el chorro de agua pura, comenzó a nadar. Pude descubrir que los peces también tienen jaulas. Sus aletas se entumen en el fondo del tanque, se hunden, se asfixian con sus propios desechos. Los peces también tienen alas y pueden volar, no sé si tan alto como los sueños humanos o bajos como las aves rapaces.

Los veo morir todos los días, así como yo, cuando suena la alarma, cuando me visto rápido, cuando desayuno algo porque sé que no lo haré en ese preescolar donde no se han enterado que la Revolución trajo jornadas de trabajo más justas. Ahí donde las maestras se devoran unas a otras y el jefe busca contar sus penas y culpar de sus problemas a medio mundo mientras a escondidas manda mensajes al personal nuevo buscando a la primera que acepte algo con él. 

Al fin de cuentas es un lugar triste, donde los peces no pueden volar, ni los que tenemos alas de Beta, o espiritu inquebrantable de tortuga. Todos se vuelven animales carroñeros, incapaces de subsistir por su cuenta, incapaces de volar, se arrastran por los suelos agrietándose la piel hasta dejar los desechos entre los pequeños pupitres... ahí donde los niños tratan de vivir, de pensar, de jugar, de aprender, de amar, de volar... ellos notan que las alas se rompen. Tienen el corazón tierno, por eso sobreviven. Pero en las últimas semanas han olvidado a los peces, juegan con pequeñas pistolas de papel, pelean, golpean y poco a poco han dejado de mirarse...

Hice un pacto con los animales, debemos aguantar un par de meses más, solo sesenta días. Debemos sobrevivir, tal vez pueda robar a la tortuga, tal vez deje de tener el caparazón reseco... no podré salvar a los peces, tendrán que volar. Ese lugar se derrumba sobre la cabeza de todos. Perdí a los niños, perdí a los peces y perdí las alas...

domingo, 24 de abril de 2016

Sunset

¿Por qué  nos encontramos ahora cuando nuestros brazos abiertos se ausentan con el sol? Nos encontramos para olvidarnos como quien olvida el primer pensamiento de la mañana. Como quien pasa por  las calles sin mirar los detalles...
Nos llenamos de recuerdos para olvidar lo que fue, lo que pasó en una vida con angustias. Dicen que siempre se olvida con el paso del tiempo. Pero el tiempo sólo trae polvo para enterrar los viejos anhelos, para lacerar las vidas que se cortan, las que nacen.
Estamos para no estar. Tus ojos me miraron porque no me verán nunca más. Mis manos te tocaron para no volver a hacerlo. Esa es la nostalgia. Ese es el amor profundo. El que se va, que nunca regresa, que se ahoga en desolación.
Nos miramos para que una noche veamos otros ojos y recordemos los nuestros. Para que con las sonrisas ajenas apretaramos los instantes felices y nos forzaramos a desenterrar el pasado.
El pasado muere junto con nosotros que sólo arrastramos memorias...
Ojalá cada atardecer fuera el mismo con sus manchas multicolores por el cielo, con las flamas que consumen el día para dejar a los astros que nos miren con esa luz que ha viajado por los cielos y que en algún punto se extinguirá. Pero yo me pregunto ¿Te llegará mi luz? Porque me enciendo cada noche enunciando tu nombre, desgasto mi aliento con las flamas que te nombran y tú no respondes. No veo tu luz ni cuando me paro entre las sombras, no puedo oír tu nombre en ninguno de los ecos del silencio.
¿Será mi destino encontrar otros ojos que me miren sonrientes cuando me alejo? Qué es la soledad sino la recapitulación de las ilusiones muertas. Todo muere y se va, se entierra, se pasa bajo nuestros pies hasta llegar al cielo donde las nubes lloran y nos inundan los días, recordándonos que también partiremos hacia la incertidumbre del olvido.

domingo, 17 de abril de 2016

Cometas

¿Qué se llevarán los años de nosotros? Si al pasar el viento, cubren; si al pasar el agua develan y al pasar la juventud, marchitan.

¿Qué cambian los años en la humanidad? ¿Qué es para un ser que no los mira y se envuelve entre la paz y el silencio?

¿Qué es esta vida sin la flor que sale de la tierra? ¿Qué ha sido de ti? Nada. El amor, el ciego, el simple, el autoengaño.

Barcos entre nubes que al pasar la mañana se alimentan en senderos resecos de una cruz que se encaja, que se devela y se arranca. Ancla de los mortales, prisión de los amantes.

¿Dónde estás? Si cuando el Sol abre la mañana no aparecen tus ojos. Sólo están los rezos preocupados de una madre desolada. ¿Dónde estás? Si al cruzar cada sendero tus huellas se borraron, si tu voz se ha vuelto un eco en las memorias del pasado. ¿Dónde estás? Si a cada paso llega el olor de tu cuerpo y el color de tus ojos. ¿Dónde te escondes? ¿En qué lugar postraste tu cobardía?

¿Pensabas en tu madre mientras le arrancabas la ropa? Seguramente. ¿Quién deshojó tu cuerpo? No fue su culpa y lo pagó como si lo hubiera sido. ¿Sigue tu madre rezando por ti? Los murmullos rezan por ti cada día cuando se elevan los cometas, suave frío y sin fe. Sólo estático, sólo de pie, sosteniendo la plegaria al viento. ¿Moriste? Ojalá. Ojalá sólo seas una coraza, un reflejo de lo que fuiste.

¿Sigues llorando a tu amada? Seguramente la recuerdas acostada sobre la cama, mientras reían, mientras hablaban de los hijos que no tuvieron, las horas que no pasaron caminando, hablando o intimando. Lloraron por la estupidez de los ciclos, de la vida y de la humanidad. Lloraron por la noche en que sus manos se tomaron y por la mañana en que se soltaron.

Se elevaron como cometas, tan lentos sobre el viento. Volaron mientras las manos se comían las ansias de tocarse, volaron con los cantos de las amantes, la que ganaba y la que perdía.
Mientras los años vuelan, la vida renace

martes, 5 de enero de 2016

Perdón

Encarné el sueño que siempre debí tener,
Encontré de cerca el rostro que anhelé,
Miré con profundidad el silencio de su alma,
abracé con mis besos el aliento de su cuerpo,
Sorprendí con una sonrisa a todos sus rencores,
Elevé en un suspiro a nuestras almas atrapadas,
Grité la paz mientras caíamos con los recuerdos.
Lo perdoné como perdonan los sabios,
Vi a mi dolor como se mira a la vida,
Sostuve mis cicatrices como una madre a sus hijos,
Froté nuestros silencios como el mar a los barcos.
Lo amé,  como solo yo supe amar.
Lo perdoné a él, a su sombra clara;
Lo perdoné a el y a sus fantasmas ;
Lo perdoné a él y a todos los que fueron como él.
Se consumió el rencor, la ira, la nostalgia...
Se evaporó el dolor con las noches de lluvia,
se largaron la desesperanza y las angustias.
Nos acabamos nuestra historia,
partimos con lo que fuimos y lo que pudimos ser.