Y lo recuerdo con el clima frío, cuando sus palabras se volvieron huecas, cuando eran destellos sonoros de promeses que no se cumplirían. Mis ojos llorosos, la culpa de algo que no sabía qué era. Era por ser yo, él sufría por el sólo hecho de que era yo. No aceptaba mi forma de ser, mis manias, mis hobbies, mis planes, mis talentos, mi pasado... sobre todo mi pasado que nada de malo tenía, que lo único malo ahí era su incapacidad para controlar el tiempo y no haberse instalado con anterioridad.
Yo jugaba a morirme y él jugaba a matarme. Pretendía jugar al mal herido cuando de la nada se iba y aparecía con las lágrimas a flor de piel, con una sonrisa falsa, con una caricia forzada. De nuevo las palabras huecas. ¿En qué falta de amor nos refugiamos cuando aceptamos la humillación de quien aniquila todo a su paso?
De nuevo estaba ahí, en un octubre frío, con el cuerpo en la alberca, con los ojos hinchados tapados por los lentes y me escondía en la brisa y el humo del agua caliente. Se me iba la energía, se me iba el aliento y volvía a casa, para tenerlo fuera, esperándome en el coche, para que me gritara una vez porque mi vida seguía y pensaba que sin él. Para echarme en cara los mensajes y las letras, mis gustos y mis errores. Lo tenía enfrente de mí inventándome remembranzas de sus fantasías, de cosas que jamás hice.
Le pedí que se fuera, que dejara las llamadas, los reclamos. Que buscara a alguien más, que pidiera ayuda. Que me dejara en paz. Pero no se iba, pensaba que eran amenazas vacías, me provocaba y me molestaba. Me imputaba todas sus expectativas insatisfechas. No podía sentirme enferma o con malestar porque entonces él lo tomaba como un chantaje. Seguía sin irse.
Un día me cansé de los ultimatums, me cansé de esperar y que no llegara. De no contar con él, de que me quisiera devorar en el mundo de sus inseguridades. Cabe hondo en mi sentir, en lo que soy y en lo que solía ser. Me levanté y desaparecí. El teléfono seguía timbrando. Me acusaba de abandono, de insensible, de exagerada, de enferma, de histérica... Volvía timbrar, ahora me amaba, me extrañaba, me sentía parte de su vida... Volvió a timbrar miles de veces, cada lunes a las seis, pero yo dejé de contestar.
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